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La superación de la turistontología (I)

TURISTONTOLOGÍA f., del gr. turista y -ontología (estudio de la existencia del turista); del lat. turistonto y -logía (estudio, ciencia o teoría del turistonto). Ciencia que estudia los métodos, fundamentos, valor y estupidez del conocimiento turístico.*

Siento repulsión hacia el turista. Yo también lo soy, lo sé. Pero no puedo evitarlo.

Todo empezó cuando, aconsejada por la mayoría, decidí comprar el boleto turístico del Cusco. Por 130 soles (no me aceptaron como estudiante menor de 26 años, damn it), dicho boleto te permite el acceso a los distintos yacimientos arqueológicos de la región de Cusco tales como Saqsayhuamán (o “sexy woman”, como dice C., el guía, a quien mencionaremos más tarde), Pisac (o “pizza”), Ollantaytambo, Chinchero o Moray, además de varios museos de la capital arqueológica de Sudamérica. ¿El único inconveniente? Solo es válido durante diez días consecutivos. Para retos, yo, me dije.

Así pues, mi maratón turistóloga fijó discretamente como punto de partida el Museo Regional Histórico y el Museo de Sitio del Qoricancha, como ya os conté la semana pasada, y enlazó con una primera etapa Valle Sur, seguida de la mitad del tour Valle Sagrado, para rematar con Maras-Moray, el City tour y una etapa final culminada por los rituales “danzaires” (me acabo de dar cuenta de que no existe adjetivo alguno relativo a la danza) del Centro Qosqo de Arte Nativo. Y todo ello, con Halloween de por medio. Time remaining (o como exclamó una vez una vecina de avanzada edad mientras el televisor del bar donde trabajaba de “joven” retransmitía una carrera de Fórmula 1, “Cullons, sembla que va primer, aquest Time Remainin!”): 1 día; objetivos pendientes: 1 (Ollantaytambo). Creo que lo conseguiré.

El Valle Sur lo conforman básicamente Tipón y Pikillacta (de “piki”, pulga -se ve que hay muchas, a mí, por suerte, no me picaron- y de “llacta”, n.p.i.**). Ambos se encuentran a unos 20 km al sudeste del Cusco, cerca de Oropesa (donde se pueden adquirir unos panes redondos enormes). El primero se caracteriza por contener una de las más grandes obras de irrigación en las terrazas o andenes incas, que distribuyen los conductos de agua al aire libre. El segundo, por albergar los restos de una antiquísima ciudad preincaica de la cultura Wari (cuya sede se encontraba en Ayacucho, vés per on, y para más info, guglee, por favor). Según J., “Nadie hace el Valle Sur, eres rara”. Aun así, se ofreció a acompañarme. Llovió e hizo viento, pero los apabullantes paisajes verdes unidos a ese olor a mojado y a la ausencia -efectivamente- de turistas junto a la laguna Huacarpay me hicieron trasladar a tiempos remotos, a lo cultura celta.

La siguiente parada era Pisac. “¿Seguro que no quieres ir con el tour turístico?”, preguntó J., y yo, tras la experiencia del día anterior, colgados en medio de la nada sin transporte alguno y muerta de hambre, accedí esta vez (aunque no muy convencida). La señora Linda, una mujer encantadora, chaparrita ella y de amplia sonrisa, cargando su inseparable clasificador y mirando el reloj como si del Conejo Blanco en Alicia en el país de las maravillas se tratara, me condujo adonde salían los buses del Tour Valle Sagrado y me embutió en uno de ellos justo a tiempo de avisarle al guía, C., que la señorita se volvería sola desde Pisac.

C. empezó identificándonos como el grupo Yaku o  Yakus’ group (agua en quechua) y dictándonos las reglas del día: no separarse, no llegar tarde, dejar pertenencias seguras en el bus gris de bandas azules, tener siempre a mano el famoso boleto turístico (y un fajo de dólares, a poder ser, debió añadir). Anunció la ruta: parada rápida en la feria artesanal de Corao, Pisac, comida en Urubamba, Ollantaytambo y Chinchero. Bajando por la sinuosa carretera en dirección a Pisac, antes de cruzar el río Urubamba (o Vilcanota o Willcamayu), un vendedor de DVDs en todos los idiomas habidos y por haber con banda sonora inca incorporada apareció de la nada con un portátil para mostrarnos sugerentes imágenes de lo que íbamos a presenciar ese día. No pude sino desviar la mirada ante tan descarado spoiler.
Llegados a las ruinas, C. nos condujo hasta su primer punto narrativo, “cuidado, quiero-que-vean-una cosa, observen-bien, observe-very-well”, y nos pasamos la mañana observando very well y escuchando su gracioso discurso entonativo a lo azafato de vuelo entre otros grupos de turistas anti-Yaku que nos hacían la competencia. Porque sí, esto de los tours turísticos llega a dimensiones sectarias hasta el punto de crear alianzas dentro del grupo de pertenencia y rechazar cualquier tipo de comportamiento turístico (ya sea tomar una foto a la parejita de turno, regatear juntos el precio de un souvenir o preguntar dónde está el baño) con un miembro del otro grupo. Incluso C. tuvo un momento de traición en que nos amenazó con recogernos al día siguiente si no realizábamos la visita en 40 minutos. Otra prueba a superar, uff. Pese a todo, llegué a lo alto de las ruinas en un tiempo récord, adelantando a un grupo de mexicanos sudorosos y resoplones que se quejaban de que el bus no llegara hasta el pico de las ruinas incas.
El Parque Arqueológico de Pisac constituyó la hacienda real del inca Pachacútec, y sirvió como observatorio astronómico. Destaca por su innumerable andenería como terreno de cultivo y su cementerio de agujeros en la montaña para la clase baja, que evidentemente, no era momificada. C. nos explicó, además, que el origen de la palabra “Andes” es una deformación castellanizada del quechua, “anti”, oriente, punto cardinal donde sale el sol (“inti”). Regresé al bus, donde efectivamente seguían mis pertenencias -muy cómodo todo esto- bajo la supervisión del algo adormecido conductor Richard, y nos depositaron en la plaza del pueblo -no sin antes ofrecernos como cortesía un chupito del anís o viagra cusqueña, por sus propiedades evidentes y de fertilización de la mujer, además de combatir el mal de altura, razones por las cuales los chinos decidieron avanzarse y patentar el producto. Ahí fue cuando me escapé antes de que el grupo se introdujera en la cueva de comercios hipnotizado por nuestro guía flautista de Hamelín. Primera experiencia sensorial-tourística superada. Y Pisac me gustó, mucho.
(to be continued...)

*Mientras redactaba la presente vuelta, tras una mínima investigación descubrí que existe en efecto la “turismología”, definida como el estudio del fenómeno turístico en cuanto a hecho social (en el sentido dado a esta expresión por Émile Durkheim en el siglo XIX). El término fue acuñado por Zivadin Joivicen en los sesenta y popularizado con una revista de mismo nombre.

**Vale, he optado al comodín “Chuleta Google” con posterioridad y lo he encontrado: “llaqta”, lugar, pueblo, comunidad o nación.
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