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Divagaciones rioplatenses

o la ciudad que respira

“Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos.”

Rayuela, Julio Cortázar

Tablero de dirección

A su manera este post es muchos posts, pero sobre todo es dos posts. El lector queda invitado a elegir una de las dos posibilidades siguientes:

El primer post se deja leer en la forma corriente a la que está habituado en este blog, y termina en el párrafo 4, al pie del cual hay tres vistosas estrellitas que equivalen a la palabra Fin. Por consiguiente, el lector prescindirá sin remordimientos de los posteriores párrafos en cursiva, abocándose a una lectura lineal de mi crónica de viajes usual.

El segundo post se deja leer empezando por el párrafo 7 y siguiendo luego en el orden que se indica:

7-0-1-2-14-3-93-4-5

El lector letrado se dará cuenta del juego literario en homenaje a mi escritor favorito, sustituyendo las citas de este referentes a la novela que escribió en la ciudad de París, donde se afincó la mayor parte de su vida, por la exiliada Buenos Aires que lo vio crecer. Las citas mencionadas pertenecen, adaptadas, a los capítulos correspondientes de la novela según el número por el que están encabezadas.

0.

Llegué a Buenos Aires en un vuelo proveniente de Sao Paulo un lunes por la noche. Debía encontrarme con Arthur esa misma noche en el hostal acordado cerca del puerto para partir al día siguiente con un ferry destino Uruguay -como tenía cita con mis padres cinco días más tarde, después de cinco meses sin verlos, decidí aprovechar mi temprana llegada para visitar brevemente el país vecino postergando mi encuentro con la capital argentina, a lo cual se unió Arthur, el francés a quien conocí en Brasil. Los del transfer Manuel Tienda León me dejaron en el portal en un abrir y cerrar de ojos, sin dejarme el tiempo de asimilar mi llegada bajo las luces del tráfico porteño. “Buenos Aires, no es por ostentar de ello, vos sabés, pero es como Barcelona, como Madrid, incluso París… Somos europeos, che, te va a gustar”, me dijo el chofer mientras pasábamos frente al Teatro Colón. Veremos. Cuando llegué Arthur todavía no había vuelto y me sumí en un profundo sueño.

Nuestra escapada uruguaya fue breve y teñida de nubes grises, aunque curiosa. El ferry nos dejó hacia la una del mediodía, tras una hora de camino, en Colonia de Sacramento donde buscamos un hostal cualquiera y comimos lo que sería mi primera parillada. Colonia está ubicada en la ribera norte del Río de la Plata, a 50 km de Buenos Aires y 117 de Montevideo. Se trata, como indica su nombre, de una pequeña ciudad colonial anclada en el litoral uruguayo, de calles angostas de piedra y avenidas arboladas. Nada más salir a pasear percibimos la penetrante placidez que desprende el ritmo de sus gentes, trasladados a otro tiempo, otra época quizá, y que contagia a cualquiera que se avecine por sus lares. Despedimos el día con una bonita puesta de sol en la marronosa orilla rioplatense, frontera que divide ambos países de la unión de los ríos Paraná y Uruguay, y una tortilla de patatas en el hostal acompañados de unos alemanes borrachos que situaron Cataluña en Portugal, una vez más.

Al día siguiente tomamos un bus de casi tres horas para Montevideo, capital más austral de América y ciudad más poblada de Uruguay. Con indicios de lluvia, nos paseamos por el casco antiguo, de decadentes y melancólicas fachadas, en busca de un libro de Jules Supervielle que Arthur se había emperrado en encontrar. Nacido en Montevideo pero residente en París la mayor parte de su vida, la mitad de los montevideanos no habían escuchado hablar de él, frente al provocativo asombro de Arthur que nos indució a una ruta literaria desde la Avenida 18 de julio por todas las librerías de la capital hasta dar con dicho autor -no sin antes discutir con unos cuantos libreros uruguayos que tildaron a mi amigo francés de chovinista en más de una ocasión pero que nos permitió compartir un mate con ellos y descubrir nuevos autores, como el grupo de música de tango electrónico, anterior a Gotan Project, Bajofondo. Encontramos el libro, al fin, en una bonita librería llamada Más Puro Verso, pasada la Plaza Independencia, dejando a la izquierda el Teatro Solís, y atravesada la Puerta de la Ciudadela, en plena Ciudad Vieja. Seguimos andando por la peatonal Sarandí para llegar a la rambla costanera cuando rompió a llover y decidimos volver a ampararnos bajo nuestro hostal, seguido de una agradable cena en el único aunque efectivo bar abierto de los alrededores, a la luz de la retransmisión de un partido entre el Palmeiras (equipo de Sao Paulo) y el Nacional y de la conversación amena con la camarera uruguaya que nos sirvió un Fernet-cola mientras nos suplicaba que le trajéramos una Torre Eiffel de París, la más grande que encontráramos.

No pudimos disfrutar más de Montevideo salvo otra parrillada en el mercado del Puerto adonde llegamos empapados bajo la lluvia incesante y salimos por patas de miedo de perder el último bus + buque destino a Buenos Aires de nuevo, al cual subimos por los pelos, medio resfriados y agotados, gracias a la clemencia de la dependienta de Buquebus. Seguramente me quedó mucho por ver en Uruguay, pero no podía pasar tan cerca sin saborear al menos tres días en este pequeño país, patria de escritores como Benedetti, Galeano o Quiroga, y gobernado hasta hace poco por Mujica, aunque en constante enfrentamiento con su hermana mayor, Argentina y como esta, ávida admiradora de la cultura francesa contra la que compiten por la nacionalidad del máximo exponente del tango, Carlos Gardel.

2.

Buenos Aires es una ciudad que respira. Con casi tres millones de habitantes (doce incluyendo el Gran Buenos Aires), es una de las metrópolis más importantes de Sudamérica, centro de influencia en el comercio, finanzas, moda, arte y educación. Su perfil urbano es ecléctico: una mezcla entre el estilo colonial español, el modernismo catalán, las grandes avenidas urbanas madrileñas y las fachadas de edificios parisinos con sus buhardillas en todo lo alto. Fundada inicialmente por Pedro de Mendoza y luego por Juan de Garay, aunque perteneciente primero al Virreinato del Perú y luego al del Río de la Plata, la Capital Federal se encuentra dividida por 48 barrios, de entre los cuales destacan San Telmo, el Microcentro, San Martín, la Boca y Palermo.

Buenos Aires respira cultura. El azar hizo que me alojara en un pequeño hostal de la calle Piedras, en el barrio de San Telmo, antigua sede de una editorial de un periódico local dirigida por Pablo, un escritor que me recomendó otras librerías para seguir con la ruta literaria (anoto para no olvidar: La Libre, El Rufián Melancólico, Fedro, Burton, además de la conocida Ávila y el Ateneo). San Telmo es el barrio más pequeño de la ciudad pero también el más encantador, a mi parecer. A cuatro cuadras de la Plaza de Mayo, destaca por sus callejuelas de aires bohemios y sus cafés o bares al más puro estilo bistrot parisino. Nada más llegar cenamos en el café La Poesía, en el cruce entre Bolívar y Chile, en lo que fue sede de la bohemia artística e intelectual de antaño. En sus paredes reposan antiguas fotografías de activistas o escritores como Borges o Ernesto Sabato.

Buenos Aires respira modernidad. Centro cosmopolita por excelencia, en sus calles desfilan elegantes porteños trajeados rumbo al laburo, chicas jóvenes con aireadas blusas y altos zapatos, grafiteros de camisas anchas y grandes viseras, bolivianos repartiendo folletos sobre las propiedades benefactoras de la Aloe Vera, bailarines de tango y cantantes de voz grave intentando recaudar algunas monedas, además de los contundentes cambistas de dólares de la calle Florida. Pasearse por esta peatonal calle central desde la Catedral hasta la Plaza San Martín es como penetrar en el corazón ferviente de Buenos Aires. Eso hicimos Arthur y yo, acabando en un humilde y escondido lugar en la segunda planta de las Galerías Pacífico donde un tajante hombre sentado tras un sombrío escritorio blanco nos negoció la tasa de cambio hasta aceptar y asentir callado con la cabeza, aguardando unos instantes antes de deslizar su mano izquierda, sin torcer el cuello, hacia el tubo desprendedor de billetes que le obsequió con nuestro esperado fajo de pesos argentinos devaluados a 17 el euro. Los recogimos y partimos de nuevo a la avenida rumbo a San Telmo cual porteños afincados en esta sorprendente ciudad.

Buenos Aires respira fiesta. Palermo es el barrio nocturno por excelencia, comprendido entre las plazas Armenia y Serrano, aunque de plazas no tienen nada, se agolpan centenares de jóvenes para vivir la noche porteña en los múltiples bares que concentran sus calles. Los argentinos no salen hasta pasada media noche o incluso más, y pueden llegar a alargar la fiesta hasta la madrugada, o incluso más, entre cervezas, vinos y fernets locales. Nosotros quedamos hacia las once en Palermo, pero por descuido no nos fijamos en que, contra lo que cabría esperar, el metro cierra a las diez en esta gran ciudad. Por suerte, Macri, el actual presidente y sucesor de Cristina Kirchner, instauró un eficiente sistema de buses que parten la descomunal Avenida 9 de julio en dos mitades por entre las que no circulan los demás autos. Tomando la línea 59 o la 10 se consigue llegar a la zona festiva en unos 35 minutos, eso sí, situándote justo debajo del número de bus anunciado en la gran avenida, ya que si no, los conductores ni siquiera te toman en consideración. Avanzar por entre la multitud de argentinos en las mencionadas plazas resulta un tanto complicado, así que hay que ir concienciado. Yo no volví tarde: a la mañana siguiente llegaban mis padres de Barcelona.

3.

Me mudé a la calle Perú, en la Posada la Luna, a dos cuadras de mi hostal, justo antes de que llegaran mis padres. Tras la escasa comunicación mantenida con ellos en los últimos meses -limitada a “sí, he llegado bien, tomo tal bus, aterrizo en A y me voy a B tal día y sigo viva”- junto a su miedo obsesivo a que su niña viaje sola por Sudamérica tras haber dejado un trabajo estable en Barcelona, debo confesar que no las tenía todas conmigo. Sin embargo, llegaron animados. Martina, la simpática italiana que lleva la posada, nos recibió a los tres con su gran sonrisa y nos mostró nuestra habitación. El solo hecho de disponer de baño propio y un sitio exclusivo para nosotros en un precioso bloque de aires bohemios en San Telmo fue un golpe de aire fresco para mí. Para ellos, bueno, ya se sabe, en ningún lugar se está como en casa: uy, qué sucio está, qué baño más pequeño, no entra luz natural, la puerta no cierra bien, ¿crees que es seguro dejar las cosas aquí?, ¿el desayuno no es hasta las nueve?, no hay ni estantes para dejar la ropa, deja que aquí va mi maleta bien ordenada, ¿dónde pusiste la llave? Todavía me acuerdo cuando me visitaron en mi piso de California y lo primero que hicieron fue comprar un ambientador y limpiar la cocina. En fin, pese a todo, la cosa fluyó con naturalidad. Salimos a descubrir la ciudad comenzando por una visita exhaustiva del centro, que yo ya había visitado, y caminando más allá hasta el Obelisco y la Avenida Corrientes donde casualmente tenía lugar la Noche de las Librerías y volvimos a la posada exhaustos, para una necesaria parada antes de salir a cenar por el barrio. Creo que les gustó.

El domingo visitamos a pie todo el barrio portuario de la Boca, en el Caminito, con sus coloridas fachadas y los bailarines de tango atrapaturistas junto a autocares de jubilados cámara en mano y argentinas de fin de semana en la capital tomándose fotos con una réplica de Maradona. El barrio de la Boca debe su nombre a su cercana ubicación en la desembocadura del riachuelo en el Río de la Plata y fue poblado por miles de inmigrantes italianos a principios del siglo XIX que le dieron al barrio su fisonomía actual recuperando la pintura restante de los barcos portuarios, al estilo de Valparaíso en Chile. Además del Caminito, es conocido por albergar el famoso estadio de Boca Juniors, la azul y amarilla “Bombonera”, y por ser un barrio popular no muy seguro entrada la noche -razón por la cual mi padre cedió a la insistencia de Martina de visitarlo por la mañana, en vez de por la tarde, alterando su meticuloso planning del día. Nos resultó muy bonito. Seguimos la jornada de vuelta a San Telmo para comer un buen filete de lomo en el tradicional Desnivel, donde mi madre bebió alguna copa de más y se salpicó la camisa de vino tinto, y acabamos el día paseando por el mercado de antigüedades de los domingos en la plaza Dorrego, absortos por el espectáculo de tango de una escuela profesional orquestado por un entrañable y elegante bailarín de 83 años que quiso sacarme a bailar, junto a una impresionante pareja de bailarines más jóvenes. Volvimos a la posada (ya pasada a apodarse Hotel Cochambre por mis padres) hacia el atardecer, donde encontramos a Martina dispuesta a escuchar las mil y una historias de la jornada de la mano de mi excitado padre, apuntado constantemente por mi madre, en lo que fue, creo, su reconciliación definitiva con esta querida capital porteña. Eso sí, tras tantos paseos, mi madre concluyó que le había sorprendido gratamente pero que esperar hasta el domingo que viene para volver a casa con sus perras quizá se le haría un poco pesado -cuando le dije que no era el próximo domingo, sino el otro, cuando volvían, casi se desmaya.

Los últimos dos días fueron más tranquilos: visitamos el jardín Japonés y el parque Tres de Febrero (no el jardín Botánico, que resultó estar cerrado los lunes, pequeño fallo perdonado en el planning de mi padre), nos paseamos plácidamente por el bonito barrio residencial de Palermo de día, me despedí de Arthur que sigue su ruta rumbo a Venezuela de nuevo sin saber cuándo nos volveremos a ver, y conocimos parte de la historia del país por medio de una imponente guía en el cementerio de Recoleta para ver la tumba de Evita Perón, polémico icono de la nación argentina.

4.

En cuanto a mí, ahora, aquí, escribiendo con mi ipad al límite de su batería, sentada en un cómodo sillón abocado al balcón que da a la calle Perú mientras los coches no paran de pasar contribuyendo al ruidoso bullicio de esta gran ciudad y un hombre de polo a rayas cigarro en mano llamado Víctor indica a los autos dónde aparcar y se ocupa de vigilarlos mientras sus dueños salen a cenar por el barrio de San Telmo a cambio de unas monedas, me atrevo a afirmar que volveré algún día a esta ciudad -quizá para pasar una buena temporada, quién sabe.

Porque Buenos Aires respira siempre y yo todavía no sé si, después de tanto tiempo leyéndote, andaba sin buscarte pero sabiendo que andaba para encontrarte...

Un, dos, tres, cuatro:

¡Tierra, Cielo!

Cinco, seis: ¡Paraíso, Infierno!

Siete, ocho, nueve, diez:

Hay que saber mover los pies.

En la rayuela, o en la vida,

Vos podés elegir un día.

¿Por qué costado, de qué lado saltarás?

***

BSO y videoclip: Rayuela, Gotan Project

1.

¿Encontraría a Bs As? Tantas veces me había bastado asomarme, a través de sus páginas, a un balcón de la calle Chile, o Perú, avistando el barrio de San Telmo a mis pies, bajando a buscar medialunas rellenas de dulce de chocolate en el bar de la esquina con Independencia, o corriendo apresurada a cruzar la majestuosa Avenida 9 de julio, y apenas la luz de la Casa Rosada dejaba distinguir las formas de la Plaza de Mayo, ya su silueta se dibujaba siguiendo la calle Florida, a veces andando de un lado a otro contra las imperantes demandas de “cambio, cambio” del dólar blue, a veces amparada bajo el umbral rojizo del obelisco punteando a media tarde hacia el barrio de San Martín. Y era tan natural cruzar sus calles, subir hacia el parque Lezama, y descender adentrándose en las profundidades del barrio de la Boca, caminito de colores con tacones de aguja al ritmo de tango, para finalizar las noches en el barrio de Palermo, bordeando la Plaza Italia acercándose hacia Serrano o Armenia, que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita un billete de avión de ida y vuelta o una hipoteca a fin de mes.

5.

Cada vez iré sintiendo menos y recordando más, pero qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos, un diccionario de caras y días y perfumes que vuelven como los verbos y los adjetivos en el discurso.

7.

Toco tu boca, con un dedo voy dibujándote como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerte toda y recomenzar de nuevo, hago nacer cada vez la ciudad que deseo, la ciudad que mi mano elige y te dibuja en el mapa, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

14.

Cuando los amigos se entienden bien entre ellos, cuando los amantes se entienden bien entre ellos, cuando las familias se entienden bien entre ellas, entonces nos creemos en armonía. Engaño puro, espejo para alondras. A veces siento que entre dos que se rompen la cara a trompadas hay mucho más entendimiento que entre los que están ahí mirando desde afuera.

93.

Pero el amor, esa palabra… en la ciudad donde el amor se llama con todos los nombres de todas las calles, de todas las casas, de todos los pisos, de todas las habitaciones, de todas las camas, de todos los sueños, de todos los olvidos o los recuerdos. Bs As, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado del Atlántico, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa… Dadora de infinito, yo no sé tomar, perdoname. Stop, ya está bien así. Por miedo de empezar las fabricaciones, son tan fáciles. Sacás una idea de ahí, un sentimiento del otro estante, los atás con ayuda de palabras, perras negras, y resulta que te quiero.

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