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Especies mochileras

-una ruptura previsible-



Mochilero. Adj. y s.m. sg. de ‘mochila’, individuo que se caracteriza por llevar a cuestas su mochila, a modo de caracol, durante un periodo de tiempo indeterminado a lo largo de distintos países y disponiendo de un presupuesto ajustado.


Son muchos los que alguna vez se deciden a empacar su mochila y partir a algún lugar exótico durante sus vacaciones (ya sea un puente de cuatro días, una semanita o hasta quince o veinte días). No son tantos, sin embargo, los que deciden hacerlo durante tres o seis meses, un año o incluso durante un periodo de tiempo indeterminado, sin billete de retorno previsto. Ambos, en el sentido estricto de la palabra, son mochileros -individuos con mochila-, pero si bien a los primeros se les puede llamar llanamente ‘turistas’, a los segundos se les atribuye la etiqueta de ‘viajeros’. En este artículo me centraré en los segundos, tomando como radio geográfico de mi estudio de campo el continente sudamericano, y tratando de establecer puntos en común entre todos ellos, así como diferencias según su nacionalidad, motivo del viaje, capacidad económica e intereses extra-turísticos.


He aquí una lista de generalidades (que matizaremos después según su lugar de proveniencia y otros) que comparten los mochileros en ruta por Sudamérica:


El perfil del mochilero:

El mochilero medio se sitúa entre los 25 y los 30 años de edad (o dos o tres años arriba o abajo), indiferentemente de si es mujer u hombre. Normalmente, viajan a dos (lo más usual es dos amigos del mismo sexo), aunque también hay grupos de tres, parejas de enamorados y los que se aventuran solos o incluso en familia, con hijos pequeños que siguen las clases por las noches con libros y el apoyo de sus padres.

El momento o motivo por el que el mochilero decide emprender su ruta suele ser de dos tipos: o bien acaba de finalizar sus estudios universitarios y aprovecha la pausa antes de integrarse en el mundo real y buscar un trabajo de verdad (aunque todavía me pregunto cómo consigue costearse el viaje) o bien le despiden del trabajo, pide una excedencia de seis meses o un año o directamente deja su trabajo de forma radical.

Respecto a su medio de transporte, generalmente un solo billete de avión de llegada al continente sudamericano basta, seguido de múltiples horas en bus para cruzar todos los países, y quizá algún que otro vuelo interno. Aunque tampoco faltan, a decir verdad, los que se aventuran a recorrer los países en moto a lo Che Guevara, en bici (aunque mucho más lentos), o incluso en furgoneta (un grupo de amigos o las familias con niños).

Pese a las diferencias en los medios, todos comparten una enorme excitación por el hecho de viajar, un espíritu aventurero, un desprecio a las agencias de viaje debido a su afán por resolver problemas de forma independiente y su obsesión por conocer la cultura local, comer donde ellos comen, salir donde ellos salen y aprender sus costumbres y tradiciones -todo de la forma menos turística posible, aunque todos acaben haciendo exactamente los mismos recorridos, aunque suene paradójico.

Merece la pena añadir que en los últimos años ha surgido un nuevo concepto, el ‘flashpacker’ -en contraposición a ‘backpacker’ o mochilero- que se define por ser un poco mayor a la media de edad del mochilero tradicional, aumentando un poquito el presupuesto destinado al viaje para contar con algún que otro “lujo” de vez en cuando, y con una mayor dependencia tecnológica -más uso de portátiles, smartphones o tablets (aunque eso, hoy en día, afecta de lleno a los mochileros por igual).


Tácticas y presupuesto:

La mayoría de mochileros llevan a rajatabla sus cuentas anotadas día a día, con una media de entre 20 y 30 euros gastados por día, comprendiendo desplazamientos, alojamiento, comida, visitas turísticas y otros (souvenirs, lavandería, copas de noche, e imprevistos varios). Para no salirse de ese presupuesto, reservan alojamiento en una habitación compartida en literas de hasta ocho viajeros o más, o bien se sirven de contactos de amigos para alojarse sin pagar o hacen uso del conocido Couchsurfing en los países más caros, hospedándose en casas de desconocidos a cambio de un simpático intercambio cultural, una buena conversación o una cena con algún plato típico de su país.

Para los desplazamientos, compran los tickets en los buses más tirados de precio -sí, esos que solo toman los locales y que recorren grandes distancias en asientos incómodos en los que nada más sentarse una polvareda se desprende del asiento pegándose inmediatamente en la ropa mientras la radio del chofer no deja de emitir una horrible melodía a todo volumen- y, si puede ser y no hay fronteras de por medio, un bus de noche, lo cual les permite ahorrarse una noche de alojamiento y llegar de día al nuevo destino, evitando los peligros que ocasiona llegar de noche a un lugar desconocido cargado con todas las pertenencias. Los más atrevidos también suelen hacer dedo cuando se sienten confiados.

El mochilero, además, siempre va preparado: uno de los must en toda mochila suele ser una caja de café, sobrecitos de azúcar y sal, y barras de cereales, avena, galletitas o fruta, además de agua y detergente, no vaya a ser que en el próximo hostal no sirvan desayuno y llegue después de un largo viaje con el estómago vacío. Esto provoca que, junto a todos los souvenirs que ha acumulado en los distintos países, la mochila acabe tomando vida propia aumentando de peso hasta pasar de los 12 kilitos con los que embarcó en su país de origen a casi 20 al cabo de unos meses -lo que evidentemente repercute en continuos dolores de espalda y un creciente desarrollo muscular.

Respecto a las relaciones sociales, todo mochilero acaba siendo un experto: acostumbrado a conocer infinidad de gente nueva cada día y a despedirse de ellos también a diario (la lista de amigos del Facebook nunca creció a un ritmo tan desmesurado), uno aprende a entablar conversación rápidamente, sin vergüenza, con el primer mochilero con el que se cruza y que le parece mínimamente interesante, así como trata de no estrechar demasiados vínculos con gente que después continúa su camino por otro lado y nunca más se vuelven a ver -o sí, y se encuentran en otro país, haciendo la experiencia de viaje todavía más especial. Pese a todo, al cabo de un tiempo uno acaba odiando tener que empezar de cero y repetir una y otra vez las mismas preguntas (¿De dónde eres? ¿Cuánto tiempo llevas viajando? ¿En qué países has estado ya?), por lo que a veces opta por recluirse y evitar a toda costa esos nuevos encuentros casuales.

Pese a todo, el mochilero es un ser flexible, se adapta al entorno a marchas forzadas y se sale de cualquier situación en un plis plas. Por eso, aunque la mochila pese cada día más, aunque esa persona con la que tanto congenió ya no esté, aunque ya esté harto de tomar buses de más de 8 horas (¡incluso de 24h!), aunque la ducha del hostel no esté demasiado limpia y el agua nunca salga lo suficientemente caliente (si es que sale caliente), aunque siempre le toque la litera de arriba y el colchón sea de pasta de papel mientras el compañero de abajo no deja de roncar o los vecinos han salido de fiesta hasta la madrugada cuando tiene un bus a las seis de la mañana, y aunque ayer no cenó porque se compró un jersey de lana de alpaca, el mochilero siempre sobrevive y sigue mochileando hasta el próximo destino.


El itinerario:

El gran y tan esperado viaje suele tener su inicio en Brasil (ya sea Río de Janeiro o Sao Paulo), debido a una menor inversión en el billete de ida, o bien en Buenos Aires, Argentina. La ruta se idea de forma circular, bajando por la costa atlántica hasta llegar a Ushuaia, la punta más al sur del continente en la llamada Tierra del Fuego -cuando se dispone del presupuesto suficiente- o bien hasta la Patagonia argentino-chilena, con el Perito Moreno y Torres del Paine como atractivos estrella en esta primera etapa. En el camino, suele ser común una parada en las cataratas de Iguazú, en la frontera brasileño-argentina. Una vez llegados al sur, se retoma una larga ruta hacia el norte que, si bien en todos los casos llega hasta Perú, en la mayor parte se extiende también hasta Colombia. Un ejemplo de itinerario muy concurrido desde Torres del Paine sería el siguiente: El Chaltén-El Bolsón-Bariloche-San Martín de los Andes por la Ruta de los 7 Lagos (Argentina); Puerto Montt-(islas de Chiloé)-Puerto Varas-Villarrica (volcán Pucón)-Valparaíso-Viña del Mar-Santiago de Chile; y de ahí surgen dos ramificaciones: 1) los que vuelven a cruzar a Argentina desde Chile por Mendoza-Córdoba-Salta-Purmamarca-Jujuy-Iruya y de ahí saltan a la frontera boliviana en dirección al Salar de Uyuni; 2) los que siguen rumbo al norte por Chile, parando en el Valle del Elqui antes de llegar a Atacama e Iquique y, de igual modo, se ramifican en dos: 2.1) los que cruzan de Atacama a Uyuni, Bolivia; 2.2) los que siguen todavía hacia el norte para cruzar hacia Perú por Arica, en dirección a Arequipa y el Cañón del Colca.

El primer gran grupo sigue en Bolivia subiendo por Potosí-Sucre-La Paz-Isla del Sol (Titicaca) para acabar llegando a Cusco-Machu Picchu; mientras que el segundo gran grupo pasa de Arequipa a Cusco-Machu Picchu y, o bien sigue hacia el norte, o bien pasa a Bolivia por las islas Uros, Taquile, Amantaní y luego Isla del Sol (Lago Titicaca), para seguir con el recorrido por Bolivia ya bajando y cerrando su ruta circular en este país. Si seguimos con el primer grupo, que todavía no ha cerrado el círculo, pasamos a Lima-Trujillo-Máncora (Perú), a veces pasando por Ica y Nasca, en la costa pacífica, hasta cruzar la frontera a Ecuador por Baños-Guayaquil-Montañita-Quilotoa-Quito-La Mitad del Mundo-Otavalo y seguir por la frontera colombiana hasta Cali-el eje cafetero (Manizales, Pereira, Armenia…)-Medellín-Cartagena-islas Barú-parque Tayrona-Bogotá, donde suele finalizar la segunda gran ruta circular por Sudamérica, a excepción de los más aventureros que deciden adentrarse en la actualmente complicada Venezuela, saltando luego de nuevo a Brasil por Manaus-Belém-Fortaleza-Recife-Salvador de Bahía.

En todos los distintos itinerarios expuestos, asimismo, hay que añadir una inmersión en la selva amazónica de una semana, acorde con el presupuesto y tiempo del que se dispone, ya sea en Brasil, Bolivia, Perú, Ecuador o Colombia. Otros puntos menos concurridos son Punta del Este, Montevideo y Colonia (Uruguay), una escapada a Paraguay, o para los más adinerados, un vuelo a Isla de Pascua en Chile o a Islas Galápagos en Ecuador. Y evidentemente, los hay que desde Colombia siguen subiendo hasta México por Centroamérica, saltando a Cuba o siguiendo por Estados Unidos hasta Canadá, pero eso ya es una minoría que se sale de nuestro estudio.


Las Mecas del mochilero:

Todo mochilero, durante su viaje, por una razón u otra decide permanecer un poco más de lo establecido en algún lugar el cual adopta como segundo “hogar”. En Sudamérica, el top 3 de estas mecas del mochilero suele ser:

  1. El Bolsón (Argentina): en plena Patagonia, en medio de un entorno natural de montañas, ríos y lagos, El Bolsón es un destino ideal para los que quieren disfrutar de la paz en naturaleza y ecología, por lo que muchos mochileros se afincan en esta ciudad mientras desarrollan su música, pintura, escritura o artesanía en un ambiente místico entre duendes de lo más “hippie”.

  2. Cusco (Perú): capital del Imperio Inca, rodeado del imponente Valle Sagrado, y al pie del Machu Picchu, Cusco es uno de los lugares favoritos de los mochileros. Inundado en historia y cultura de la civilización inca, y principal centro turístico de Perú, muchos aprovechan su estadía para trabajar en turismo, repartiendo flyers para discotecas o pubs, sirviendo pisco sours, tocando en conciertos o dando clases de idiomas mientras descansan, conocen a otros mochileros y salen de fiesta por esta pequeña y acogedora ciudad siempre en ebullición.

  3. Montañita (Ecuador): en la costa pacífica, pasando por la llamada Ruta del Sol, se encuentra Montañita, esta comuna de pescadores que se ha convertido en un balneario turístico internacional concurrido por jóvenes de todo el mundo, ya sea para practicar surf, trabajar como camareros, vender artesanías o pasearse descalzos por sus extensas playas todo el día.

Además de estos destinos, cualquier ciudad puede ser buena para realizar un voluntariado de unas semanas o un mes con Workaway u otros, trabajar en turismo o dando clases de inglés o de español en una pequeña academia o tomar clases de lengua, de salsa, de cocina, de huertos ecológicos o de lo que sea (los hay que incluso se enamoran) con tal de reapropiarse de nuevo de una pequeña rutina en un país extranjero.


El mochilero según su país de origen:

Si bien existen similitudes entre distintos tipos de mochileros, también se detectan diferencias según el país de origen del cual provengan. Las analizamos aquí:


i) El mochilero francés: uno de los más extendidos en sudamérica, el mochilero francés es difícil de predecir debido a la abundancia de su especie. Por lo general, suele disponer de una capacidad económica superior a la mayoría, permitiéndose lujos esporádicos -aunque inconcebibles para el resto- como alquilar un coche en algunos tramos de su viaje, comer en restaurantes a diario, alquilar un bonito apartamento en una gran capital o tomar un taxi en medias o largas distancias. Aunque siempre busque lo auténtico del lugar y los sitios más locales y se enorgullezcan de ello, no le importa pagar, y suele tener la vuelta a su país organizada de antemano, habiendo conservado su puesto de trabajo (todo hay que decirlo, sus prestaciones sociales son de las mejorcitas) o habiéndose preinscrito a un máster con la antelación suficiente. La mayoría, también, saben exactamente cuándo vuelven y desde dónde, aunque hay excepciones. No todos llegan hablando español pero sí se van dominando una comunicación acceptable. Eso sí: les encanta salir y beber, mucho.


ii) El mochilero nórdico: ya sea alemán, sueco, danés o polaco, el mochilero nórdico sigue parámetros parecidos a los del francés pero su integración en la cultura local suele ser menor, debido en parte a su nulo conocimiento del idioma. Suele ser partidario de probar deportes de riesgo y aunque pasen los meses, sigue convirtiendo las distintas monedas al euro, confirmando con complacencia que todo es mucho más barato que en su país de origen.


iii) El mochilero catalán o vasco: orgullosos de ser pocos y representantes de sus países (españoles se encuentran muchos menos viajando), van propagando su cultura por doquier, enseñando palabras básicas de catalán o vasco a quienes conocen y explicando su situación política a quien les pregunta. Acostumbran a ir con un presupuesto reducido pero tratando de acumular el máximo de experiencias posibles, y a poder ser, de la mano de locales, por lo que muchos se asientan en alguna ciudad con algún tipo de voluntariado temporal. Como saben hablar la lengua local, acaban haciendo de traductores para otros tipos de mochileros o dando clases intensivas de español. No se exceden demasiado aunque sí se dejan llevar y se desmadran de vez en cuando, y no les suele gustar demasiado encontrar a gente de su mismo país.


iv) El mochilero anglosajón: ya sea americano, canadiense, australiano o neozelandés, el mochilero anglosajón dispone de una buena capacidad económica, lo que le permite salir a menudo de fiesta y emborracharse a diario. Hace esfuerzos con la lengua, aunque sin demasiado éxito, y la experiencia más auténtica que tiene con un local es preguntar una dirección o ir a comprar en un supermercado. Ha viajado mucho, eso sí, y habla con todo el mundo pero acaba formando grupo con los de su mismo país. La única excepción de este grupo en la forma de viajar son los australianos, que suelen adoptar una filosofía más “laid-back”, integrándose en paisajes naturales y cargando su tienda de campaña por toda Sudamérica.


v) El mochilero asiático: normalmente de nacionalidad japonesa o coreana, el mochilero oriental viaja de una forma un tanto naive, sorprendiéndose de todo positivamente, incluso cuando le hacen pagar el doble por la entrada en un tour. Les suelen tomar el pelo a menudo ya que destacan mucho como turistas en todo el continente y no hablan ni gota de español, pero no parecen molestarse ante ello y siguen comprando y gastando lo que pueden -y tomando fotos, también, muchas, con esos gestos y poses raras que solo ellos saben hacer.


vi) El mochilero israelita: uno de los más abundantes junto al francés, el mochilero israelita está por todas partes, y se nota. Después de tres años de servicio militar obligado, tanto mujeres como hombres salen de viaje en un desenfreno total que puede durar entre seis meses hasta dos años aproximadamente (por lo que me da por imaginar que esa franja de edad desaparece del país durante todo ese tiempo). Suele ser una especie ruidosa e invasiva, ya que normalmente se mueven en grupos grandes e invaden toda una sala del hostel, sino el hostel entero. Hay alojamientos y agencias que incluso reservan todos sus servicios para ellos, vetando la entrada al resto. Al mochilero israelita le gusta beber, demasiado, y salir de fiesta para desahogarse de todo ese tiempo de servicio a su país, y suele derrochar el dinero allá donde va. Eso sí, son muy sociables y simpáticos, aunque no les gusta que les lleven la contraria y se suelen salir con la suya faltando al respeto si hace falta, por lo que acaban resultando un poco pesados para el resto de mochileros, que los evitan como pueden.


vii) El mochilero argentino: también es una especie en auge en Sudamérica, aunque su itinerario suele ser más medido, siguiendo por lo general la llamada “ruta inca”: saliendo de la capital bonaerense, salta por Rosario a Salta, y de allí a Bolivia hasta Cusco, para seguir por Lima hasta Ecuador y Colombia. Este tipo de mochilero no es muy querido en el resto de su continente: se le acusa de ser arrogante, y de creerse superior y el más listo de Sudamérica, por lo que no duda en hacer las mil y una artimañas posibles para pagar lo justo -o no pagar- en la mayoría de sus destinos, ya que, según él, nunca tiene “un mango” (aunque eso habría que verlo bien) y nunca sabe cuándo volverá a su país, por miedo a afrontar la realidad de la adultez. Muchos de su especie se quedan harto tiempo en un mismo lugar, vendiendo artesanías, repartiendo flyers, haciendo tatuajes o redactando fanzines de cualquier tema que se les ocurre que a ellos les parece de lo más “piola” pero que normalmente no es nada del otro mundo, aunque lo saben vender. El mochilero argentino toca la guitarra e incluso canta, lee o hace que lee, le gusta salir mucho y es un seductor nato, sin escrúpulos. Ah, y fuma marihuana, mucha. Pero hay que reconocerle que suele ser también divertido y que no se las apaña mal, pese a su enfermiza obsesión por considerarse los “franceses de sudamérica”.


viii) El mochilero chileno: mucho más respetuoso que su vecino, el mochilero chileno dispone de una mayor capacidad económica y suele viajar con una medida más calculada, pero con calma, disfrutando. Pese a sentirse también algo superior al resto del continente, no lo muestra tanto y está más abierto a compartir con otras culturas, aunque a veces trate de hacer negocio comprando materiales más baratos para llevárselos y comercializarlos en su país.


El mochilero ha sido, es y será. Evoluciona, cambia, conoce, persigue, vive y da lo más de sí mismo en una época de su vida que, lo sabe, tiene fecha de caducidad. Porque, admitámoslo, en un 99% de los casos el mochilero acaba volviendo a su país de origen, a sus antiguas costumbres, a su trabajo de oficina y a su rutina de estrés y de buenas y malas caras con el mismo grupo de gente, aunque siempre recordará esa época en que se sintió libre, joven, vivo, despierto, dueño de su vida y, sobre todo, feliz.



Respecto a mí, bueno, supongo que no me salgo demasiado de los esquemas analizados arriba como mochilera. Ya van ocho meses de viaje, y me encuentro en mi propia Meca, Cusco, ciudad que me abrió las puertas de Sudamérica durante los primeros dos meses y medio de mi aventura personal en una pequeña casita colonial del barrio de San Pedro, y que me recogió tras seis meses más de viaje casi al final de mi etapa en un pequeño estudio del barrio artístico de San Blas con vistas a todo el Cusco. Tras la intensa visita del coordinador de Al Karia, Xavi, sigo visitando mis queridas comunidades de mujeres, charlando con ellas y tratando de ofrecerles lo que puedo. Reencuentro viajeros que he conocido durante estos meses en Chile, Argentina, Perú, todos de paso por el Cusco, con gran alegría. He establecido ya mis pequeñas rutinas en esta preciosa ciudad, tomando clases de quechua por las mañanas (a las siete, sí, hay que tener voluntad -yo y mi obsesión por las lenguas) -aunque mi profesor no tenga ni idea de lo que es un enfoque comunicativo y se pase la clase copiando tablas y haciendo traducciones rarísimas como “allisito nomás” como ejemplo de adverbio de lugar-, y tomando dos horas de clase de salsa por las tardes que las disfruto como nunca junto a bailarines peruanos. Desayuno un buen jugo combinado en la parada de Raquel y un café cargado junto a un bocadillo de queso y palta en la parada de Anita, todo por menos de tres euros, ambas en el mercado de San Blas, donde también suelo almorzar sopa de quinoa y lomo saltado por un euro y medio con una señora mayor que esconde bajo su aparente alegría unos ojos melancólicos de su pasado de oro en Miami. Me siento tras las clases en la plaza San Francisco a tomar el sol mientras los mismos abuelitos de siempre se paran a charlar conmigo y un chico que vende tours espirituales intenta convencerme una vez más porque dice que tengo ese “algo”. Sigo observando a los cusqueños en su trajín diario, tratando de salir adelante vendiendo lo que se les ocurra sin pagar impuestos, gritando y riendo en la calle en una rutina trabajadora pero, parece, mucho más relajada que la europea. Ellas, cargando sus bebés en la espalda aunque parezca que se les vayan a caer, siempre con su fuerza bruta de serranas que demuestran con esas pantorrillas y ese tono de voz autoritario pero gracioso; ellos, con sus celulares pasados de moda que zarandean de la oreja a la boca según si les toca escuchar o hablar y con su afán por “vender humo” que sirven con su amplia sonrisa aunque luego no cumplan la mitad de lo que prometen. Ellas y ellos, obsesionados por capacitarse y emprender nuevos negocios constantemente sin una base sólida, vociferando grandes discursos encabezados por una larga citación a todos los presentes (“señor ingeniero, señor profesor, señoras de la asociación, presidenta, visitantes de…”) con un tono demasiado formal para mi gusto pero sin el cual parece que nada pueda llevarse a cabo en este país, aunque al final lo que no se lleve a cabo es poco o nada de lo que dicen, olvidando ese pragmatismo sin habladurías que tanto tenemos en la sangre los catalanes.

Y el Cusco sigue viviendo día a día, con sus infinitas fiestas religiosas inundando sus calles, los desfiles de Ollantaytambo y Urubamba por el Señor de Choquekillka y de Torrechayoc, las peregrinaciones a 5000 msnm del Señor de Qoyllority, las procesiones del Corpus Christi en que bajo sudores y muecas de dolor los hombres cargan a cuestas los distintos santos, destrozando parte del mobiliario urbano en los giros por las angostas calles cusqueñas, los tradicionales platos de chiriuchu repletos con cuy, habas, algas y queso junto a su vaso de chicha y las orquestas tocando sin cesar acompañadas por alegres disfraces de esperpénticas máscaras consiguiendo las risas de locales y turistas por igual. Y a mí, pese a sentirme integrada y ser confundida por limeña a menudo, me siguen ofreciendo masajes, manicuras, pedicuras, paseos a caballo o tours por el Valle Sagrado que conozco ya como si fuera mi segunda casa -aunque algo de turista debo de tener aún, ya que visité recientemente y jadeando la nueva Montaña de los Siete Colores, a 5000 msnm también, el Templo de la Luna, así como me escapé el último fin de semana a Arequipa de nuevo, donde inauguré el nuevo tour psicodélico de Mario Vargas Llosa y visité a la célebre momia inca Juanita, encontrada en el nevado Ampato en 1995 y conservada durante siglos tras su sacrificio a la capac cocha, además de realizar un intenso trekking por el Valle del Colca a la búsqueda de los cóndores.


Me quedan apenas cinco días en esta querida ciudad, y ya tengo por fin billete de vuelta: en un mes y poco vuelvo a estar en Barcelona si consigo llegar sin contratiempos a Bogotá, Colombia, en este último tramo de viaje por Sudamérica que cerrará esta aventura mochilera con la que tanto soñé durante años. No sé si he sido una mochilera ejemplar, pero sí sé que he dado todo de mí por intentar desentrañar lo que se esconde detrás de todos y cada uno de los países, ciudades, personas y culturas con los que me he cruzado desde que salí del aeropuerto del Prat, un 28 de septiembre de 2015, en esta, mi ruptura previsible.


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